El científico que se inventó un milagro

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Hay días en los que las ciudades abandonan su rutina de siglos y, en unos pocos minutos, se convierten en el infierno. A Kumamoto, una localidad de unos 740.000 habitantes en el sur de Japón, le ocurrió el 16 de abril de 2016. La tierra, de repente, empezó a temblar.

Las paredes del castillo colapsaron, un puente sobre el río se vino abajo, el tren descarriló y las carreteras se resquebrajaron. Un terremoto de magnitud 7,1 destrozó más de 12.000 casas, hirió a 2.000 personas y mató a 40 de ellas. Pero un milagro evitó que la catástrofe fuera todavía mayor, según reveló una investigación publicada solo unos meses después en la prestigiosa revista Science.

La brutal ruptura de la falla a los pies de Kumamoto se frenó en seco —según proclamaron los científicos— gracias a una cámara de magma situada bajo el cercano Monte Aso, el volcán más activo de Japón. La montaña habría evitado la tragedia, como una leyenda local que cuenta que el humo del volcán es la señal de un dios que arde para redimir los pecados de la humanidad. El problema es que el principal autor de la investigación, el geofísico japonés Aiming Lin, se había inventado todo.

Una pesquisa interna de la Universidad de Kioto destapó hace apenas dos meses que el presunto milagro del Monte Aso estaba basado en “datos falsificados”, “imágenes manipuladas” e incluso “plagios” de otros trabajos. La revista Science anunció el pasado 3 de mayo la retractación del estudio. Ahora la gran pregunta es cómo se pudo colar esa farsa chapucera en uno de los grandes templos de la ciencia mundial.

La revista Science, editada por la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, recibe unos 12.000 estudios originales cada año y publica unos 800 de ellos (el 7%) tras un proceso de revisión por otros científicos. “Una pequeña fracción de estos artículos, entre tres y cinco al año, son retractados, pero la mayor parte de las veces es por errores honestos. En casos excepcionales, como este, también puede haber una presunta mala conducta”, explica Meagan Phelan, portavoz del comité editorial de Science.

El científico Aiming Lin, durante una charla en la Universidad de Hong Kong en 2017.
El científico Aiming Lin, durante una charla en la Universidad de Hong Kong en 2017. HKU

La Universidad de Kioto señaló a Aiming Lin, un joven profesor, como único culpable de las irregularidades. “Para nosotros ha sido un episodio muy triste, como siempre ocurre con los fraudes”, subraya un portavoz de la institución. El comité que investigó el caso detectó que Lin incluso había estirado los mapas de la región y había modificado el foco del terremoto, aparentemente para que todo cuadrase con la hipótesis del milagro volcánico.

Lin, sin embargo, achacó las irregularidades a su falta de pericia con un softwarede dibujo. El comité, según informó la web especializada Temblor, discrepó. Este periódico ha intentado conocer la versión de Lin, sin éxito. La universidad estudia ahora si aplicarle “medidas disciplinarias”, según detalla el portavoz de la institución.

El actual sistema científico evalúa a los investigadores según el número de estudios que publican en revistas de alto impacto. Cuantas más publicaciones, más sencillo es encontrar financiación para seguir investigando. El mecanismo, perverso para muchos científicos, tiene hasta un apelativo en inglés: Publish or perish (“Publica o muere”).

El caso de Lin dista mucho de ser excepcional. Hace solo dos meses, y con el mismo terremoto de Kumamoto como telón de fondo, la Universidad de Osaka anunció que uno de sus profesores, Yoshiya Hata, había falsificado datos en al menos cinco investigaciones.

El científico presumía de tener un sismógrafo en la zona afectada, pero no lo tenía. La universidad explicó que Hata falleció antes de ser interrogado, pero no aclaró la causa de su muerte. En 2014, otro japonés, Yoshiki Sasai, se suicidó después de que dos de sus estudios sobre células madre fueran retractados de la revista Nature por presunto fraude.

“La investigación científica es un proceso de autocorrección. En parte, los estudios se publican en revistas académicas para que otros científicos puedan intentar replicarlos, confirmarlos o refutarlos. Así es como avanza la ciencia”, opina la portavoz de la revista Science.