De repente, algo me salpica en el brazo. El agua brota del techo del hotel y cae sobre un puñado de comensales. ¿Algún invitado se habrá dejado abierto el grifo de la bañera? Las camareras acuden rápidamente al rescate blandiendo sus cubos de latón y toallas azules. Todo parece un tanto dramático, una suerte de buen augurio para la pareja.
Pero los invitados no se inmutan y siguen riendo y bromeando. Algunos son amigos de Olivia y estudiaron con ella en la Dragon School de Oxfordshire o en el Marlborough College, mientras que otros son amigos de toda la vida de los Westminster, como los Chichester y los Lichfield. Leonora, condesa de Lichfield, está sentada en un rincón, disfrutando de la cena, mientras luce un aspecto radiante con su vestido azul.
Algunos habían cogido el tren desde Londres hoy mismo o han llegado en coche o helicóptero desde diversos puntos del país. En el tren de Crewe a Chester, una mujer emocionada había explicado al alcance de nuestro oído que conocía al primer duque de cuando trabajaba en el club de socios Whites, en St James. Una mujer informa de que la familia ofrecerá helado gratis a los clientes al día siguiente…
Dos horas antes, fuera del hotel, las campanas de boda llenaron el cielo del atardecer, sonando desde el campanario de la catedral. En las calles ya se habían colocado barreras para los enjambres de simpatizantes que se congregarán en unas horas para ver y felicitar a la pareja. Fuera de la catedral de ladrillo rojo (hecha de la misma piedra que Eaton Hall, la impresionante mansión señorial del duque situada más arriba en esa misma carretera, donde tendrán lugar las celebraciones) hay aparcados varios camiones llenos de flores. Varios floristas sujetan flores blancas y moradas en masas de hojas verdes, encaramados a sus escaleras. El césped exterior está cortado a la perfección. La bandera de la Union Jack ondea en lo alto de la torre. Todo está listo para el gran día…
Artículo original publicado por Tatler. Accede aquí.