Tal vez el secreto mejor guardado de esta ciudad de 22 millones de habitantes sea su orden y limpieza. O quizás el caos de tránsito que no registra accidentes ni muertes en su estadística. O sus 16 líneas de subte, lo que la convierte en dueña del servicio de metro más extenso del mundo. Otros podrán decir que es el pato laqueado o la ausencia de productos light.
Nada de esto. La Gran Muralla China es sin dudas la protagonista de la capital del país y data del siglo quinto antes de Cristo. Es patrimonio de la humanidad y una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo. La construcción fue la respuesta a la necesidad de evitar los ataques de los mongoles. Hoy es un reflejo de la época y el poder que las sucesivas dinastías imperiales tuvieron por aquellos días.
Mucho se dice de la extensión de la muralla: que 8.000, que 12.000 incluso que 21.200 kilómetros. Mientras dudo de estos números, Estrella, la guía china que habla muy bien español, también pone en duda que sea la única construcción, hecha por el hombre, que se puede ver desde el espacio. Lo que sí es un hecho es que «…es un gran cementerio…», como asegura esta joven, escondida debajo de su sombrero de bambú. Es que esta interminable arquitectura de piedra caliza, arcilla y ladrillo alberga la vida perdida de más de un millón de chinos que trabajaron para levantarla.
El ejército de Qin Shi Huang
Atrás quedó Beijing y su muralla, la Ciudad Prohibida bajo la lluvia, el Palacio Imperial, el Templo del Cielo, la ceremonia del té y el pato pekinés. Ahora el tren bala hacía lo suyo para llegar a Xi’an. A 300 kilómetros por hora, desbordaba de chinos y un par de occidentales además de nosotros y nuestros compañeros de ruta catalanes: Cristina, Roger y Kiko.
La ciudad de Xi’an, llamada antiguamente Chang’an o paz eterna, fue hace mil años atrás la capital de lo que hoy conocemos como China. Lei, el guía en español, aguardaba en la estación la llegada puntual del convoy, con un cartel que llevaba mi nombre.
Esa misma noche, durante una caminata de reconocimiento, descubrimos una plaza, llena de familias con niños, donde unas mujeres bailaban. Eran las doce, la luna iluminaba la copa de los árboles y nadie parecía tener ningún apuro. Así entendimos finalmente el concepto de «calidad de vida» luego de años fallidos de intentar comprenderlo. Pero aún no habíamos cumplido el objetivo que nos había llevado hasta esta lejana localidad de oriente: quedaba aún encontrarnos con el poderoso ejército, de más de dos mil años, que custodiaba el mausoleo del Emperador Qin Shi Huang.
Si no fuera porque los soldados están hechos de arcilla modelada y endurecida en un horno a mil cien grados, darían miedo: sus expresiones y tamaño son de escala y realismo humano.
Los guerreros de terracota son unos seis mil -los encontrados hasta ahora- y en algunas de las fosas excavadas se los puede ver acompañados de carruajes con caballos, armaduras, armas de bronce y otros objetos. Pero: qué hacían tremendas esculturas en piedra enterradas, cinco metros bajo tierra, durante miles de años?
Lo cierto es que el primer emperador de la historia de China ordenó a sus súbditos construir este ejército de arcilla para que, una vez muerto, lo acompañaran en su viaje al «más allá». Se ve que no pudieron acompañarlo, ya que siguen en Xian y muchos de ellos a la espera de ser descubiertos por los laboriosos arqueólogos y especialistas que continúan trabajando en las excavaciones.
Si queda tiempo y el aliento acompaña, vale la pena conocer la Pagoda de la Oca Silvestre, situada en el templo Da Ci’en, otro increíble tesoro de la China. Consta de 7 pisos y fue construida en el año 648.
Más tarde llegará el cierre del día con la visita a la Muralla de Xi’an, subir la empinada escalinata y saborear un rico capuccino, con la vista perdida en la puesta del sol, mientras una inesperada oriental te robará una foto en un solo click.
Sobre el mar, Shanghai
La ciudad más poblada de China es cosmopolita e hipermoderna. Rascacielos que superan los 400 metros de altura y el centro financiero con toro y todo contrastan con el estilo ancestral chino y algunas perlas arquitectónicas de estilos barroco y neoclásico de épocas pasadas.
Shanghai significa «sobre el mar» aunque este intenso centro urbano se encuentre a varios kilómetros de la costa. El malecón, que asoma al río Huangpu, es digno de ver, si la multitud de orientales curiosos lo permiten: el espectáculo empieza cuando termina el día y la masa de edificios se enciende en todo su esplendor transformándose en una suerte de mil árboles de Navidad gigantes que dejan a los distraídos con la boca abierta.
El Templo del Buda de Jade Blanco puede ser un buen punto de encuentro con la cultura y las raíces chinas. El Jardín Yuyuán, el té verde, la seda natural, el jade y las perlas de río irán completando el enorme rompecabeza del coloso de oriente. Por la noche, subir 546 metros en 57 segundos para ver Shanghai iluminada: un ascensor con capacidad para 20 personas te lleva volando al último piso para observar, en altura, como el río separa las dos caras que forman la misma moneda.
Bosques de piedra
En dos horas de avión llegamos de Shanghai a Guilin. Al sur de China, esta pequeña localidad es dueña de escenarios naturales exclusivos que la transformaron en la soberana de la belleza paisajística del mundo. Navegar las verdes y cristalinas aguas del río Li Jiang, con sus cadenas montañosas como bosques de piedra, logran hipnotizar al espectador hasta llevarlo a una paz pocas veces experimentada. De características casi oníricas, este lugar es de no creer: su fama es mundial y visita obligada para todos.
La Gruta de las Flautas de Caña, es el paseo final antes de partir. Descubierta hace mil trescientos años, esta cueva de 240 metros de profundidad sostiene un río que se filtra entre las estalagtitas que forman el curioso techo de roca caliza. Fue el refugio de unos miles durante la Segunda Guerra Mundial y hoy tiene visita guiada y juego de luces.
Final de fiesta
Bien al sur y antes de tomar el ferry a Hong Kong visitamos por un día Guangzhou. Sin exagerar ni un poquito puedo afirmar que allí está el mercado de medicina china más grande del mundo. Puede resultar un poco perturbador para los simples mortales pero para los chinos es cosa de todos los días. Se llama QingPing y uno desearía tener cuatro ojos para no perderse nada. Mientras caminamos sus calles, una niña juega sentada al lado de una batea llena de escorpiones venenosos, parte de la mercadería que ofrece su mamá en uno de los negocios abiertos. Más adelante, aletas de tiburón, estómago de pescado, gingseng y pene disecado de ciervo. La escena se torna espeluznante cuando divisamos gusanos de varios tamaños, caparazones de cucarachas y un hongo de dimensiones épicas que la medicina oriental utiliza para curar definitivamente aquella enfermedad que nosotros atamos con alambre tomando paracetamol o ibuprofeno.
El último capítulo fue Hong Kong, la reina occidental de este viaje. Nada tiene que ver con la China continental: el consumo se apoderó hace rato de esta isla y las compras sin impuestos son el paraíso de quienes la visitan. Todas las grandes marcas desembarcaron aquí y son el deleite de las cantonesas (locales) y de las turistas continentales con billetera.
Poco más de una hora separa a la china milenaria de la china anticomunista, por llamarla de alguna manera, pero la explicación reside más en que supo ser una colonia británica y no tanto por un tema de sistemas de gobierno. Es bella y provocadora y cuenta con un sinfín de lugares hermosos para visitar: el puerto de pescadores Aberdeen, la Bahía de Repulse y el Pico Victoria son solo algunos, sin olvidar la vista nocturna de la bahía, los hoteles de lujo y los restaurantes de comida internacional.
La Manhattan de oriente, conserva intacto el patrimonio colonial británico pero pocas de sus conservadoras costumbres, salvo el idioma inglés: todos los habitantes de Hong Kong lo hablan algo que no sucede en el resto de las 22 provincias del país más extenso del planeta, después de Rusia y Canadá.
vía:infobae.com