Te vas de viaje a un país tropical. Llevas meses planificando la ruta del viaje, leyendo noticias y viendo vídeos sobre el país al que vas, buscando información sobre visados y vacunación internacional e incluso visualizando mentalmente la maleta o mochila que llevarás. Lees atentamente las recomendaciones sanitarias antes de viajar al país en cuestión. Reflexionas: “debería vacunarme de fiebre amarilla, por si acaso”, “no se me puede olvidar el repelente de mosquitos ni la mosquitera”, “¿entonces no puedo consumir bebidas con hielo? ¿ni comer en los puestos callejeros como los locales? Qué decepción”.
Así que te vacunas de la fiebre amarilla, te dejas medio riñón en una mosquitera y en el mejor repelente del mercado, y te mentalizas poco a poco de que hay peores problemas en el mundo que tener que tomar bebidas sin hielo. De hecho, mientras ocurre todo esto en tu cabeza, muchos de los habitantes del país al que vas, totalmente ajenos a tus “problemas del primer mundo”, sufren un repunte de los casos de malaria (como el ejemplo de Venezuela, Nicaragua o Indonesia en el último mes, debido al empeoramiento de las condiciones de vida que sufren sus países, por diversos motivos). Y es que muchas de estas personas no podrán permitirse un repelente ni una mosquitera, y a veces ni siquiera una bebida con hielo.
Por supuesto, todo esto no es tu culpa (al menos, no directamente; no te sientas tan mal, sólo quiero que reflexiones acerca de tu posición en el mundo). Las enfermedades siempre han existido y seguirán haciéndolo. En concreto, para que sepamos de qué estamos hablando, analicemos los últimos datos sobre la malaria: según la OMS, sólo en 2016 hubo unos 216 millones de afectados en un total de 91 países (5 millones más que el año anterior), y causó la muerte a unas 445 mil personas en el mundo, siendo África la región más afectada. A pesar de este incremento, se están haciendo esfuerzos a nivel global para acabar con esta enfermedad a través del control vectorial y el tratamiento precoz de los infectados.
Pero la novedad de todo esto es que se está desarrollando una vacuna contra la malaria, avalada por la OMS y la Agencia Europea del Medicamento, y está previsto que se comience a administrar a finales de este año en algunas regiones de tres países africanos: Ghana, Kenia y Malawi. Los últimos ensayos clínicos en humanos dieron como resultado una reducción a la mitad del riesgo de contraer malaria en niños africanos de 5 a 17 meses.
Parece un gran paso, aunque hay que andar con pies de plomo. Aún está por ver su riesgo/beneficio a medio-largo plazo, su eficacia a gran escala, cómo se distribuye entre la población vulnerable en caso de obtener buenos resultados… Además, debemos analizar con cuidado los resultados de estos estudios, ya que al estar financiados por la industria farmacéutica podría haber algún que otro conflicto de interés. Por tanto, no debemos perder de vista las recomendaciones para prevenir el contagio que se están utilizando en la actualidad: el uso de mosquiteras tratadas con repelente y la fumigación de interiores con insecticidas.
Por otro lado, otros investigadores incluso le han dado una vuelta más a esto de intentar erradicar esta enfermedad y están buscando la forma de acabar con el mosquito que la causa a través de ingeniería genética. Aunque, en mi humilde opinión, aquí entramos en un tema bastante más complejo: ¿qué impacto ecológico podrá tener que se modifiquen los genes de un ser vivo, pasando intencionadamente dichas mutaciones a su descendencia? Poniéndonos en una situación extrema, ¿merecería la pena extinguir una especie de mosquito para que deje de afectarnos la malaria a los humanos? “Preguntas vendo, que para mí no tengo”. Pero mejor dejamos esta reflexión para otro momento.
En definitiva, si los ensayos que se pondrán en marcha en breves salen bien, la vacuna tiene éxito y se logra cubrir con ella a las poblaciones más vulnerables a la malaria (o, mejor aún, erradicarla), puede que, poco a poco, se estén dando los pasos para acercar a ese “tercer mundo” al nivel del “primero”. Para que, en un futuro, estas personas también puedan preocuparse de qué llevar en su maleta cuando viajen por placer a otros países.
¡Buen viaje!
Vía: http://www.easp.es