No es un secreto para nadie: la economía mundial lo pasará mal, muy mal, este 2020 aciago. Pero algunos enclaves están ante una auténtica catástrofe económica aún difícil de dimensionar. Un puñado de islas caribeñas, con Aruba y Antigua y Barbuda a la cabeza, se exponen a un frenazo total en su gran (y, en la mayoría de los casos, único) motor productivo. Cuando las cosas marchan bien, depender casi íntegramente del turismo es una bendición; cuando se tuercen, es una auténtica calamidad. Y este año, más que torcerse, el rumbo parece haberse quebrado por completo.
Las llegadas de turistas a los países caribeños (y, por tanto, de divisas fuertes: euro o dólar) se desplomarán entre un 57% y un 75% como consecuencia de la pandemia, según los últimos datos del brazo de Naciones Unidas para el desarrollo en América Latina y el Caribe (Cepal). Un hundimiento que supondrá entre 22.000 y 28.000 millones menos de ingresos, que se dice pronto, para unos países que en las últimas décadas lo han fiado todo o prácticamente todo a la capacidad de gasto de los viajeros y que ya venían endeudándose con fuerza desde mucho antes de que la crisis sanitaria hiciese acto de presencia.
“Todas las islas caribeñas lo están pasando mal y mi expectativa es que, aunque las fronteras ya se hayan reabierto y el turismo esté regresando poco a poco, las llegadas no regresarán a los niveles previos hasta que haya vacuna. Serán tres años muy duros”, desliza Robertico Croes, especialista en turismo de la Universidad Central de Florida. Según las proyecciones más recientes, este año el número de turistas que lleguen a estos países caerá a niveles de dos décadas atrás incluso en el mejor de los escenarios. Y, a diferencia de lo que ocurre en los países europeos más dependientes del turismo (España, Francia, Italia, Grecia, Croacia) o en otros grandes de América Latina (Brasil, México), en el caso del Caribe no hay sustitución posible por turismo nacional. “Podrías llenar el 10% o el 15% de las habitaciones de hotel con turistas nacionales”, agrega Croes. “Pero no merece la pena mantenerlos abiertos con ese grado de ocupación”.