Cada vez más decisiones de calado se están dejando en manos de supuestas máquinas inteligentes que no comprenden absolutamente nada. Por el bien de todos, urge una revisión crítica de los logros de este campo de investigación.
La inteligencia artificial (IA) vive un nuevo auge. Los éxitos de la técnica conocida como aprendizaje profundo han sido presentados por muchos científicos, compañías y medios de comunicación como una prueba de que la IA general está cerca. ¿Es cierto?
La realidad es muy otra. Un análisis pausado revela que los algoritmos actuales siguen siendo propensos a errores catastróficos, carecen de capacidad de razonamiento y contextualización, y no poseen nada remotamente parecido al sentido común humano.
Ello se explica porque, en los últimos años, la investigación en IA se ha centrado en construir máquinas eficientes para fines concretos y muy lucrativos, pero también extremadamente limitados. El coste social y científico de semejante deriva podría ser enorme.
oy en día estamos viviendo una nueva primavera de la inteligencia artificial. Y, al igual que en primaveras anteriores, abundan las predicciones de que la llegada de máquinas dotadas de una inteligencia general igual o superior a la humana será cuestión de algunos decenios, y de que esto nos llevará a la llamada «singularidad»: el momento en que las máquinas lo harán todo mucho mejor que nosotros, incluida la propia investigación científica, lo que dará lugar a una nueva etapa evolutiva conocida como posthumanismo.
¿Es esta primavera de la IA, vestida con un traje nuevo, el indicador de que, efectivamente, estamos cerca de alcanzar el sueño de la inteligencia artificial general? ¿O quizá la inteligencia artificial está desnuda, como el emperador del cuento de Hans Christian Andersen, y el momento actual no es sino una etapa más del larguísimo camino hacia ese sueño?
En las líneas que siguen argumentaré que, en efecto, la inteligencia artificial (IA) sigue estando desnuda. Para entender por qué, es necesario analizar el origen de la fiebre que estamos viviendo, cuáles son las aplicaciones concretas que han dado lugar a todo tipo de declaraciones y titulares exagerados, y cómo funcionan realmente tales aplicaciones y de qué adolecen. Como veremos, la IA actual está muy lejos de alcanzar el objetivo de la IA general. Y ello no se debe a que aún queden por afinar unos pocos detalles o a una falta de potencia de cómputo, sino al enfoque que desde hace unos años ha adoptado esta disciplina. Lo que debería darnos miedo no es ninguna singularidad futura debido a la hipotética existencia de superinteligencias artificiales, sino un presente en el que estamos encomendando cada vez más decisiones a máquinas estúpidas.