El Pontífice celebra la Santa Misa con ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra este XXXII Domingo del Tiempo Ordinario y hace reflexionar sobre nuestra conducta: “podemos multiplicar lo que hemos recibido, haciendo de nuestra vida una ofrenda de amor para los los demás, o podemos vivir bloqueados, pensando sólo en nosotros mismos, sin comprometernos”
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
En el día en el que se celebra la Jornada Mundial de los Pobres, el Papa Francisco ha presidido la Santa Misa desde la Basílica de San Pedro centrando su homilía en el evangelio hodierno, en el que el evangelista San Mateo nos presenta “la parábola de los talentos”. Dicha parábola nos habla de tres hombres que se encuentran con una enorme riqueza entre las manos, gracias a la generosidad de su señor que parte para un largo viaje. Ese patrón, sin embargo, un día volverá y llamará de nuevo a aquellos siervos, con la esperanza de poder gozar con ellos, por la forma en que, durante ese tiempo, hicieron fructificar sus bienes. Esta parábola “nos invita a detenernos en dos itinerarios: el viaje de Jesús y el viaje de nuestra vida”.» ha dicho el papa francisco.
El viaje de Jesús
Al inicio de la parábola, Él habla de «un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes». “Este “viaje” evoca el misterio mismo de Cristo, Dios hecho hombre, su resurrección y ascensión al cielo” ha explicado el Papa y continúa: “Al concluir su jornada terrena, Jesús emprende su “viaje de regreso” hacia el Padre. Pero, antes de partir nos entregó sus bienes, un auténtico “capital”: nos dejó a sí mismo en la Eucaristía, su Palabra de vida, a su Madre como Madre nuestra, y distribuyó los dones del Espíritu Santo para que nosotros podamos continuar su obra en el mundo”.
El viaje de nuestra vida
La parábola nos dice que cada uno de nosotros, según las propias capacidades y posibilidades, ha recibido los “dones del Espíritu Santo” o como ha dicho el Papa: “los talentos para una misión personal que el Señor nos confía en la vida cotidiana, en la sociedad y en la Iglesia”. Francisco nos pregunta hoy: ¿Qué camino seguimos en nuestra vida, el de Jesús que se hizo don o el del egoísmo? ¿El de las manos abiertas hacia los demás, para dar, para darnos, o el de las manos cerradas para tener más y quedarnos sólo con nosotros mismos? Y después advierte: “Cuidado, no nos dejemos engañar por el lenguaje común, aquí no se trata de capacidades personales, sino, como decíamos, de los bienes del Señor, de aquello que Cristo nos dejó al volver al Padre. Con esos bienes Él nos ha dado su Espíritu, en el cual fuimos hechos hijos de Dios y gracias al cual podemos gastar la vida dando testimonio del Evangelio y edificando el Reino de Dios”. De hecho – detalle – “el gran “capital” que ha sido puesto en nuestras manos es el amor del Señor, fundamento de nuestra vida y fuerza de nuestro camino”.
¿Qué camino nos recorreremos: el de Jesús que se hizo don o el del egoísmo?
La parábola nos dice que los primeros dos servidores multiplicaron el don recibido, mientras el tercero, más que fiarse de su señor, le tuvo miedo y permaneció como paralizado, no arriesgó, no se involucró, y terminó por enterrar el talento. “Y esto vale también para nosotros, podemos multiplicar lo que hemos recibido, haciendo de nuestra vida una ofrenda de amor para los demás, o podemos vivir bloqueados por una falsa imagen de Dios y, la causa del miedo, esconder bajo tierra el tesoro que hemos recibido, pensando sólo en nosotros mismos, sin apasionarnos más que por nuestras propias conveniencias e intereses, sin comprometernos” expresa el Papa.
“La cuestión es muy clara – insiste el Papa – los dos primeros negocian con los talentosos, arriesgan. Y la pregunta que me hago: ¿arriesgo yo, en mi vida? ¿Arriesgo con la fuerza de mi fe? ¿Sé yo, como cristiano, arriesgar, o me encierro en mí mismo por miedo o pusilanimidad?”
Colmados de dones, estamos llamados a hacernos don
“La parábola de los talentos nos sirve de advertencia para verificar con qué espíritu estamos afrontando el viaje de la vida – dice el Papa – pues hemos recibido del Señor el don de su amor y estamos llamados a ser don para los demás”. “Colmados de dones, estamos llamados a hacernos don” puntualiza, y explica que, las imágenes usadas por la parábola son muy elocuentes: “Si no multiplicamos el amor alrededor nuestro, la vida se apaga en las tinieblas; si no ponemos a circular los talentos recibidos, la existencia acaba bajo tierra, es decir, es como si estuviésemos ya muertos”. “¡Cuántos cristianos enterrados! ¡Cuántos cristianos viven la fe como bajo tierra!” exclamación.
El Papa pide compartir nuestro pan y multiplicar el amor.
Al final de su homilía, el Papa Francisco pide pensar en tantas pobrezas materiales, culturales y espirituales de nuestro mundo, en las existencias heridas que habitan en nuestras ciudades, en los pobres que se han convertido en invisibles, cuyo grito de dolor es sofocado por la indiferencia general de una sociedad muy ocupada y distraída. “Cuando pensamos en la pobreza, no debemos olvidar el pudor: la pobreza es recatada, se esconde. Debemos ir a buscarla, con valentía”.
Por último, pide pensar en “cuántos están oprimidos, cansados, marginados, en las víctimas de las guerras y en aquellos que dejan su tierra arriesgando la vida, en aquellos que están sin pan, sin trabajo y sin esperanza”. “Tantas pobrezas cotidianas. Y no son uno, dos o tres: son una multitud. Los pobres son una multitud”, puntualiza. Y pensando en esta inmensa multitud de pobres, el mensaje del Evangelio es claro, ha concluido: “¡no enterremos los bienes del Señor! Hagamos que circule la caridad, compartamos nuestro pan, multipliquemos el amor. La pobreza es un escándalo”. Además, exhorta a rezar “para que cada uno de nosotros, según el don recibido y la misión que le ha sido confiada, se comprometa a “hacer fructificar la caridad” ya hacerse cercano a algún pobre”.