Las conclusiones del informe científico que suscriben los investigadores de la Universidad de North Texas (Regina Branton, Valerie Martínez-Ebers y Ayal Feinberg) revelado por Washington Post, dejan constancia de la relación directa entre las consignas incendiarias que Donald Trump articuló en la campaña presidencial de 2016 en torno a su doctrina de Make America Great Again (que se ha labrado el apelativo de MEGA, acrónimo del término que sirvió de lema electoral al dirigente republicano), y la escalada de este tipo de criminalidad.
Entre otras razones, porque los actos de carácter delictivo que llevan aparejado odio (homofobia, xenofobia o supremacía ideológica, en esencia) se han cuadruplicado en los territorios que sirvieron de semillero electoral de Trump y en los que arraigaron sus soflamas, porque albergaron actos de campaña del entonces candidato republicano. Si se comparan con los enclaves a los que no acudió la caravana del America, first a la que contribuyó el llamado Grand Old Party (GOP), admiten sus autores.
El informe analiza condados, la primera división territorial de los estados de la unión en los meses posteriores a la asunción del cargo de Trump, y añade datos precisos al dato genérico aportado en noviembre pasado por el FBI sobre crímenes de odio en el conjunto del territorio federal y que asegura que el repunte fue considerable. Del 17%, en 2017, respecto al año precedente.
Los propios investigadores recalcan que los discursos de campaña del presidente republicano “podrían haber alentado” a la comisión de estos delitos. Para lo que utilizaron una herramienta a la que llaman la Liga Anti-Difamación, un mapa interactivo que mide los actos de violencia y su comparación entre condados y que también incluye parámetros como la porción de población minoritaria, su localización o la actividad de grupos que promueven el odio.
El repunte de criminalidad no refleja que la única causa sea la retórica de Trump, pero constata que no es una ‘fake news’ como dice la Casa Blanca
“Es un método utilizado como arma política para hacer disminuir los peligros que llevan aparejados este tipo de criminalidad”, matizan antes de convenir que su investigación “muestra, cuanto menos, que los delitos de odio no están precisamente en la escala baja de la estadística de actos punitivos” del país. Aunque también relegan del efecto Trump a una parte de esos crímenes que también se incluyen en la estadística federal (la que aporta el FBI), como los de vandalismo, intimidación o asalto. Desde el año 2016.
Acusaciones desde las filas demócratas
El último ejemplo de este cruce dialéctico se presenció con motivo de los tiroteos en dos mezquitas en la ciudad neozelandesa de Christchurch, en los que murieron 50 personas. El autor de la matanza, Brenton Tarrant, de nacionalidad australiana, se auto-declaró en los interrogatorios posteriores a su detención como un supremacista blanco y en ellos mostró su obsesión por las batallas entre cristianos y musulmanes. En especial, las que se emprendieron en los Balcanes contra el Imperio Otomano. Lo hizo en vídeo, en manifiestos y en mensajes inscritos en el arma automática que usó para cometer su doble acto criminal.
Seguidores de Donald Trump aplauden y saludan al presidente estadounidense, a su llegada a la localidad de Macon, en el estado de Georgia. REUTERS/Jonathan Ernst
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, habla en la cena anual de primavera del Comité del Congreso Nacional Republicano, en Washington. REUTERS / Joshua Roberts
O, durante la campaña electoral del midterm, en noviembre pasado, cuando un reconocido seguidor ultra de Trump, de nombre César Sayoc, envió cartas bomba a críticos del líder republicano como los Clinton, los Obama, el financiero George Soros o el actor Robert de Niro -entre otros-, mientras los medios conservadores que protegen a Trump lanzaban tesis conspiranoides que señalaban a la rivalidad entre dirigentes demócratas como origen de estos intentos de homicidio.
Supremacismo e islamofobia
El perfil del supremacista es similar, en su operativa, al lobo solitario islamista. Así actuó Tarrant que compró por sí mismo el arsenal que utilizó en su doble atentado. También dejó claro en su manifiesto, titulado El Gran Reemplazo, la conspiración que juramentan los grupos de extrema derecha: ningún inmigrante musulmán o ajeno a la raza blanca debe invadir países occidentales. En EEUU, además, han protagonizado los mayores ataques.
De 263 actos terroristas en EEUU entre 2010 y 2017, 92 fueron perpetrados por la extrema derecha y 38 por yihadistas
Según Global Terrorism Database de Washington Post, de los 263 actos terroristas en territorio estadounidense entre 2010 y 2017, 92 los perpetró la extrema derecha y 38 por yihadistas. En Europa, por contra, el terrorismo islamista es el predominante.
Expertos como Peter Singer, de New America Foundation, advierte que las réplicas de Trump de que se trata de grupúsculos, que son acciones de baja intensidad delictiva o su negativa a aceptar el carácter trasnacional de este tipo de actos, no contribuyen a eliminar la lacra. De hecho, los vínculos entre la extrema derecha de ambos lados del atlántico salieron a relucir en la manifestación ultra en Charlottesville, en la que un supremacista blanco dirigió su coche contra una reunión contraria a la protesta, matando a un activista, en 2017.
La islamofobia también surgió en las midterm de noviembre, en la que surgieron debates en la cadena Fox News sobre si la doctrina islámica era o no contrario a la Constitución americana. En línea con la idea de Trump, en campaña presidencial, de que “el Islam nos odia”. Islamofobia que también se aprecia en la política exterior y que está detrás del acercamiento a Israel, país al que acaban de conceder el reconocimiento estadounidense de los Altos del Golán, en un acto tildado por observadores de injerencia sin precedentes en favor de la reelección de Benjamín Netanyahu como primer ministro en las inminentes elecciones en el Estado hebreo.