En la reciente reunión de las partes sobre el cambio climático en Polonia, uno de los negociadores, expresidente de la República de las Maldivas, ha sido citado por su crítica a quienes se resistían a aceptar las conclusiones del informe del Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC): “No se pueden negociar las leyes de la física. La ciencia es la ciencia”. Las cosas no son tan sencillas. La ciencia del cambio climático ha ido haciéndose a lo largo de los últimos años y ha tardado en llegar a un consenso sobre sus causas y sobre todo sobre los pronósticos y la manera de mitigar algunos de sus efectos. Pero las soluciones implican cambios importantes en la forma de vivir de la gente y no debería sorprender que se produzcan resistencias.
La Francia del presidente Emmanuel Macron está viviendo una revuelta de grupos espontáneos denominados chalecos amarillos. El desencadenante de la revuelta fue el anuncio del aumento de los impuestos sobre el gasoil, una de las medidas dirigidas a disminuir su uso y reducir el impacto de las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, en Francia, y en muchos otros países, el automóvil se ha vuelto indispensable para la vida de mucha gente, sobre todo fuera de las grandes ciudades. Los habitantes de las pequeñas ciudades y de los pueblos, que además suelen tener salarios más bajos, han reaccionado contra estas subidas por mucho que estuvieran justificadas por un objetivo a largo plazo de reducción de emisiones.
Los datos de que disponemos indican que los residuos producidos por la combustión de los recursos fósiles es la fuente principal de los cambios climáticos que estamos observando en la actualidad. Las proyecciones efectuadas indican que estos cambios pueden tener efectos graves sobre las especies biológicas y también sobre la actividad económica y la salud de la gente. Los estudios proceden de uno de los mayores esfuerzos científicos nunca realizados y que son coordinados por el IPCC, un panel de más de 500 científicos coordinados por Naciones Unidas. Sus resultados son publicados en informes detallados de forma periódica. La ciencia es por tanto muy sólida, pero las soluciones posibles van a tener efectos ciertos sobre la manera de vivir de mucha gente ya que es difícil negar que el bienestar de que muchas sociedades han gozado en los últimos decenios está asociado al uso sistemático de combustibles fósiles. Es comprensible por tanto que haya quien se pregunte por qué tiene que sufrir las consecuencias de las medidas que se tomen. No está lejos de esta actitud la expresada por el presidente de Estados Unidos, que no desea tomar medidas que tengan efectos negativos sobre la economía de su país en nombre de la mitigación de unos efectos globales.
Países como el nuestro precisan de una comunidad científica potente, una sociedad bien informada y un sistema político responsable
Una de las maneras de justificar las reacciones negativas a las acciones propuestas para corregir el cambio climático es negar la validez de los resultados de la ciencia. Esta es una reacción que se produce a menudo cuando un resultado científico afecta a los intereses de algún grupo social. Y en ello la pluralidad del pensamiento científico, sobre todo en cuestiones complejas en las que la ciencia puede necesitar de trabajo y tiempo para elaborar resultados concluyentes, puede ser aprovechada por grupos de interés afectados por las decisiones propuestas. Se ha visto en el caso de los efectos del consumo de tabaco o del uso de vacunas, por ejemplo, y se va repitiendo en múltiples casos. Lo que está claro es que los expertos, por muy bien informados que estén, no deben ser los que tomen decisiones que pueden afectar la vida de la gente.
En el entorno de las sociedades avanzadas, los temas complejos con contenido científico se analizan en instancias de consulta o de formulación de opiniones que en muchos países responden ante los Parlamentos o Gobiernos y que a menudo se forman en el entorno de las Academias de Ciencias. Un requerimiento esencial para la credibilidad de sus conclusiones es la calidad de la ciencia que debe estar sustentada en la independencia de aquellos que elaboran las opiniones. Una vez más debemos insistir en que en muchas cuestiones actuales despreciar el papel de la ciencia puede ser tan negativo como esconderse tras los resultados de la ciencia para tomar decisiones públicas. Las sociedades modernas necesitan de una cultura científica que impregne las decisiones que se toman de forma individual y colectiva y necesitan por tanto de una comunidad científica potente, una sociedad bien informada y un sistema político responsable. Cuando países como el nuestro carecen de estos elementos, la dificultad de tomar decisiones para enfrentarse a los retos de nuestra sociedad es evidente.
vía:elpais.com