No a «una medicina que renuncia al cuidado» y propone la «muerte como único camino»: lo reiteró el Papa en el discurso dirigido a los miembros de la Federación italiana de médicos pediatras y de la Asociación otorrinolaringólogos hospitalarios italianos, recibidos en audiencia en el Aula Pablo VI el día 18 de noviembre.
¡Queridos hermanos y hermanas, bienvenidos!
Me alegra encontrarme con vosotros, como miembros de la Federación Italiana de Médicos Pediatras y de la Asociación de Otorrinolaringólogos Hospitalarios Italianos, y de expresaros mi aprecio por vuestro trabajo cotidiano. De hecho, en vuestras diferentes especializaciones, habéis elegido trabajar al servicio de las personas necesitadas de cuidados. ¡Esto es hermoso!
Vosotros pediatras, en particular, sois puntos de referencia para las jóvenes parejas. Les ayudáis en su tarea de acompañar a los niños en el crecimiento. Los hijos son siempre un don y una bendición del Señor: en los Salmos está esa hermosa imagen de la familia reunida en torno a la mesa con los hijos «como brotes de olivo» (Sal 128,3). Italia lamentablemente es un país que envejece: esperemos que se pueda invertir esta tendencia, creando condiciones favorables para que los jóvenes tengan más confianza y reencuentren la valentía y la alegría de ser padres. Quizá esto no debería decirlo, pero lo digo: hoy se prefiere tener un perro que un hijo. Vuestra tarea está muy limitada, ¡pero crece la de los veterinarios! Y esto no es una buena señal.
Vosotros, médicos otorrinolaringólogos, curáis algunos órganos que son necesarios en nuestras relaciones y nos ponen en contacto con los otros y con la comunidad. En el Evangelio vemos a Jesús acercarse a las personas sordas, mudas, que vivían en la soledad y en el aislamiento. Y observamos que al sanarlas realiza un gesto y pronuncia palabras particulares. Creo que estos gestos y estas palabras puedan ser de inspiración para vosotros, porque en ellas brilla la compasión y la ternura de Dios por nosotros, especialmente para quien vive el cansancio de la relación.
Junto a tantos profesionales de la sanidad, vosotros constituís uno de los pilares del país. Arde todavía el recuerdo de la pandemia: sin la dedicación, el sacrificio y el compromiso de los trabajadores sanitarios, se habrían perdido muchas más vidas. Tres años después, la situación de la sanidad en Italia está atravesando una nueva fase de criticidad que parece volverse estructural. Se registra una constante carencia de personal, que lleva a cargas de trabajo inmanejables y a la consecuente fuga de los profesionales sanitarios. La persistente crisis económica incide sobre la calidad de la vida de los pacientes y de los médicos: ¿cuántos diagnósticos precoces no se realizan? ¿Cuántas personas renuncian a tratarse? ¿Cuántos médicos y enfermeros, desconfiados y cansados, abandonan o prefieren ir a trabajar al extranjero?
Son estos algunos de los factores que socavan el ejercicio de ese derecho a la salud que forma parte del patrimonio de la doctrina social de la Iglesia y que está ratificado por la Constitución italiana como derecho del individuo, es decir de todos – nadie excluido -, especialmente de los más débiles, y como interés de la colectividad, porque la salud es un bien común. La sanidad pública italiana está fundada sobre los principios de universalidad, equidad, solidaridad, pero que hoy corremos el riesgo de que no se apliquen. Por favor, conservad este sistema, que es un sistema popular en el sentido de servicio al pueblo, y no caigáis en la idea quizá demasiado eficiente – algunos dicen “moderna”-: solamente la medicina de prepago o de pago y después nada más. No. Este sistema debe ser cuidado, debe crecer, porque es un sistema de servicio al pueblo.
Hay después otros dos fenómenos opuestos e igualmente peligrosos que se van difundiendo: por un lado, la búsqueda de la salud a toda costa, la utopía de la eliminación de la enfermedad, eliminando la experiencia cotidiana de la vulnerabilidad y del límite; por otro lado, el abandono de quien es más débil y frágil, en algunos casos con la propuesta de la muerte como único camino. Pero una medicina que renuncia al cuidado y se refugia detrás de procedimientos deshumanizantes y deshumanizados ya no es el arte de curar. Más bien hay que acercarse al enfermo con la actitud del buen samaritano (cfr Lc 25-37), que no se gira al otro lado, sino que se arrodilla ante el hombre herido y alivia su sufrimiento, sin hacerse preguntas, sin dejarse cerrar el corazón y la mente de prejuicios, sin pensar en su propio beneficio. Esta parábola evangélica os ayudará a mirar siempre los rostros de los pacientes, pequeños y grandes: a darles acogida y esperanza, a escuchar sus historias, a sostenerles cuando el camino se hace más arduo. La palabra-clave es compasión, que no es lástima, no, compasión, es un com-padecer. ¡Es un instrumento diagnóstico insustituible! Por otro lado, Jesús es el médico por excelencia, ¿no es verdad? Son los tres rasgos de Dios que nos ayudan siempre a ir adelante: la cercanía, la compasión y la ternura. A mí me gusta pensar que todos nosotros curadores de la salud – nosotros, curadores de la salud espiritual, vosotros, de la salud física y también psíquica y espiritual en parte – debemos tener estas tres actitudes: cercanía, compasión y ternura. Y esto ayuda mucho, esto construye la sociedad. Os deseo esto: que seáis cercanos, compasivos y tiernos.
Lo último. Quien está llamado a cuidar de los otros, no debe descuidar tener cuidado de uno mismo. En estos últimos años, la resistencia de los médicos, de los enfermeros, de los profesionales sanitarios ha sido duramente probada. Son necesarias intervenciones que den dignidad a vuestro trabajo y favorezcan las mejores condiciones para que pueda ser realizado de la forma más eficaz. ¡Muchas veces vosotros sois víctimas!
Os doy las gracias también por vuestro compromiso asociativo: es importante. Animo a los jóvenes a emprender este camino profesional, que es una forma exigente de trabajar cuidando del prójimo.
Queridos hermanos y hermanas, os acompañe la materna intercesión de la Virgen María. Os bendigo de corazón, junto a vuestras familias. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.