La indefensión de Naco

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Anafes, cilindros de gas, excrementos de todo tipo de animal incluyendo la orina de los fritureros y taxistas que,mientras esperan la llamada de la clientela, asumen como retrete la esquina. Lo hacen sin ningún rubor, ni temor a las consecuencias por la comisión de una infracción en la vía pública. Pescaderías, mercado de frutas, expendio de desayuno, almuerzo y cena a la intemperie, con las fritangas al lado de los desperdicios que husmean viralatas, ratones, alimañas diversas. Bulla, agresividad tras cada tronera en la calzada y en la acera. Ruido de generadores de energía, bocinas, alarmas, el dembow del insomne, la bachata que acompaña el trabajo de obreros de la construcción. Vehículos aparcados a cada lado de la vía, no importa la dirección: norte sur, este oeste. Motores, guaguas, guagüitas, pregoneros, pasoleros, cuentapropistas. Puntos de expendio de sustancias prohibidas conocidos hasta por los sacristanes y los profesores, las beatas y la vecindad que circunda los rincones del negocio. Comercio ilícito con sus horas pico y su cambio de expendedores. Prostitución, raterismo, usurpadores de parqueos y de espacios entre las grúas de una empresa aseguradora que considera las calles del sector como patio del grupo corporativo. Árboles talados, envenenados. Basura desparramada por doquier. Naco, sector emblemático de una ciudad que ha crecido de manera insospechada, a ritmo impensable, fue la obra de dos colosos. Hoy se les bautizaría como emprendedores, empero, Juan Isidro Bernal Jiménez y Amable Frómeta Pereyra fueron dos atrevidos visionarios que innovaron y dejaron un legado al urbanismo dominicano difícil de superar. Convirtieron terrenos baldíos en uno de los sectores icónicos de la capital cuando estrenaba su transformación. Aquella arboleda a mediados de la década de los sesenta comenzó a exhibir edificios nunca vistos y a disfrutar de un concepto habitacional y de plaza comercial hasta entonces inexistente. Autocinema, iglesia, escuela, plaza, supermercado, club de ejecutivos, hoteles. Edificios construidos con una calidad tal que la mayoría conserva su infraestructura intacta. El deterioro de Naco ha sido paulatino y certero, con pobladores conservadores que nunca se atrevieron al reclamo condigno para evitar el desastre. Luego de la invasión de anafes, aguas negras a punto de rebasar los pozos sépticos, mercados informales, un grupo de munícipes se atrevió a firmar, el 14 de agosto del año 2017, una comunicación dirigida al alcalde del Distrito Nacional. Fue un grito desesperado sin eco. La decepción fue mayúscula, imprevista y frustrante. No hubo amenaza de disturbios, ni de marcha, solo el reclamo para que la autoridad ponderara las quejas e intentara evitar la destrucción de Naco. El silencio fue la respuesta y luego, de manera subrepticia, la remisión a un lugar sin rostro “Cuido mi ciudad.” El trajín rumbo al precipicio continúa y de repente la magnificencia declara que la solución a los problemas de NACO ha llegado. Obra quizás de un dron que evalúa la ciudad sin ciudadanía. Una Ordenanza que luce ukase, pretende solucionar los problemas. El cambio de dirección de las vías en el sector, dicen los sabios, es la solución. Por obra de birlibirloque y hablando solo “con comerciantes, empresarios, prestadores de servicios y otros sectores representativos del ensanche Naco…” decidieron.