Lección sueca

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El acuerdo alcanzado en Suecia entre los socialdemócratas y dos fuerzas de la coalición conservadora para formar Gobierno —y dejar fuera así a la extrema derecha en ascenso— es una buena noticia no solo para el país escandinavo sino para toda Europa. Falta todavía que el Parlamento dé luz verde al acuerdo en una votación que se celebrará previsiblemente a finales de esta semana. Todo depende de los excomunistas, profundamente divididos. Mientras, los partidos tradicionales están mostrando una alternativa democrática concreta frente a un discurso identitario de división y exclusión que elección tras elección gana terreno en el continente. La conclusión es clara: la extrema derecha no puede ser ni el árbitro ni la clave en la formación de Gobiernos.

En los últimos cuatro meses, Suecia ha vivido una situación muy similar a la registrada en varios países europeos y que ha desembocado en una peligrosa parálisis política: un Parlamento muy fragmentado fruto de unas elecciones donde los partidos tradicionales han perdido peso, graves dificultades para lograr una coalición de gobierno, urgencia por aprobar los Presupuestos y una ultraderecha creciente interesada en azuzar la inestabilidad política para forzar una nueva convocatoria electoral en la creencia de que aumentarán su rédito electoral.

De salir adelante el acuerdo, habrá que ver qué resultado tiene este cordón sanitario frente a la extrema derecha, pero ya se pueden extraer algunas conclusiones. Si bien este tipo de pactos muestran una línea clara entre las fuerzas democráticas y las que utilizan a la democracia para alcanzar el poder, también pueden suponer un fuerte desgaste para las primeras. Ya se ha comprobado, por ejemplo, en Alemania, donde la socialdemocracia ha visto muy mermado su apoyo tras gobernar con los democristianos. Aun así, ha repetido el experimento antes de permitir a la extrema derecha ser decisiva.

En segundo lugar, es conveniente que la extrema derecha no quede como única alternativa a los partidos democráticos, porque esto también favorece su estrategia de crecimiento. Es preciso que el votante tenga a su disposición una variedad de alternativas democráticas que no necesariamente formen parte del Gobierno al que, por el motivo que sea, no quiera respaldar con su voto. Los Gobiernos deben habituarse a la negociación constante, y las oposiciones democráticas de diferente signo a dar su apoyo. Finalmente, para poner en su justa perspectiva el avance de la ultraderecha, hay que diferenciar entre Ejecutivos apoyados en el Parlamento por partidos de ultraderecha y aquellos donde la ultraderecha forma parte del mismo Gobierno. Solo hay tres países en este último caso: Italia, Austria y Finlandia. La llegada de la ultraderecha a los Gobiernos no es inevitable, pero es necesario que las fuerzas democráticas hagan un esfuerzo.

vía:elpais.com